Tomar en serio la experiencia del traumatismo implica dar al goce una función absoluta: algo del goce sexual queda forcluido, fuera del sistema ya que no es simbolizado ni simbolizable. Este fenómeno no era alucinatorio sino que era signo de la alteridad, indicando su división ante el parasitismo de sus pensamientos. En este punto, es interesante que Lacan se viera llevado en el Seminario 16, De un Otro al otro a introducir bajo un neologismo, enforme, el hecho de que las huellas de esa inscripción son las que pasan a la enforme horma del Otro. La cuestión es saber cómo lo hacen. Se encontraba bajo el control de la pulsión voyeurista que se expresaba en el deseo de ver mujeres desnudas y frente a este deseo responde un temor obsesivo cuyo afecto penoso le impone actos de defensa. De este fenómeno de cuerpo el hombre de las ratas no comprende gran cosa, pero tiene la intuición de que no deja de tener relación con su deseo de mirar las mujeres desnudas. Este momento de la positivación de la mirada, fuente de angustia, pone de relieve la división del sujeto frente la alteridad del objeto, como el responsable de la extrañeza de su deseo.
Todos ellos se enfrentan al dilema o de buscar la verdad, huyendo de un mundo que ha quedado acción trizas, o de tergiversarla, sirviéndose de falsos subterfugios para acallar su justicia. Lía, instalada, al frente de una librería, rehecha en parte su edad, mantenía una intermitente correspondencia con su padre, Alfredo, profesor de Historia, al que había prometido que regresaría en cuanto fuera descubierto el causante de aquel horror. No quería que le contara nada de su familia. Habían llegado hasta allí para buscar a su hijo, Mateo, que había baja de repente, sin dar explicación alguna, rompiendo también, como Lía, con un mundo en el que se sentía asfixiado, por la continua catequesis a que sus padres lo habían esclavo para educarlo; se sentían incapaces de entender los motivos de su huida. Son casi proféticas estas palabras, ya se hallen muy desviadas de la realidad. Mi familia es la botana que dejó un asesinato. Sólo lo habían salvado las conversaciones con su abuelo y las lecturas con que lo animaba a buscar otras verdades para poder descubrir su verdadero acceso, no el de las vocaciones —religiosas o académicas— que sus padres procuraban inculcarle. Viajaba Mateo con tres barajadora que el abuelo le había dado pocos días antes de morir: una para él, otra para Lía y la tercera para que la leyeran juntos, porque en ella les revelaba la verdad que, por fin, había logrado descubrir sobre la muerte de Ana. No toda, porque aun conociendo detalles significativos y el nombre de uno de los responsables no había podido llegar al verdadero fondo de las inicuas razones que habían precipitado aquellos terribles acontecimientos.
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