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Los primeros héroes de la ficción norteamericana eran viejos. Robert Ferguson Milburn observado a través de la nostalgia Un día a comienzos de octubre Frederick Hawthorne, abogado de setenta años que había perdido muy poco con la edad, abandonó su casa en la avenida Meirose de Milburn, en el Estado de Nueva York, para barrenar la ciudad hacia sus oficinas en Wheat Row, junto a la ágora. La temperatura era algo inferior a la prevista para el comienzo del otoño, pero Ricky llevaba su gala invernal de sobretodo de tweed, bufanda de cachemira y discreto sombrero de castor gris. Caminaba con paso vivo por la avenida Meirose para accionar su circulación, avanzando bajo robles inmensos y arces algo menores que ya ostentaban los conmovedores tintes de naranja y de rojo, otro toque que no correspondía a la época. Época susceptible a los resfríos y si la temperatura llegase a caer otros cinco grados, le sería necesario acudir en el automóvil. Pero entretanto, entretanto pudiese protegerse el cuello del aire, le agradaba caminar. Ricky no tenía mayores motivos para apresurarse a llegar: rara vez aparecían clientes antes de mediodía. Su socio y amigo Sears James no aparecería, probablemente, en otros tres cuartos de hora, lo cual daba tiempo a Ricky para andar con tranquilidad por Milburn, saludando a todos y observando todo lo que le agradaba.
